Febo Campo Traviesa

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Febo Campo Traviesa (F: G L)

domingo, 17 de julio de 2011

La Cruda Realidad, Buenos Aires

Me enteré, casi por casualidad, sobre la existencia de una nota de opinión de un autor rosarino que aborrece los globos de colores en la ciudad de Buenos Aires. No hubiera sabido de ella de no haberse multiplicado en repercusiones de todo corte, incluyendo diversos comentarios sobre la crispación de su autor. No obstante, creo que ninguna de estas apreciaciones ha sabido explicar claramente el fenómeno en función de las experiencias y las necesidades que tenemos los porteños (tanto los nativos como los rosarinos que han elegido este lugar para vivir).
El enojo del músico es entendible. El gobierno porteño actual ha desatendido, entre otras tantas cosas, el desarrollo cultural y artístico de la ciudad. Fraguada sobre las cenizas de un recital que se cortó en tragedia, la gestión actual ha puesto énfasis en entorpecer la actividad de los músicos, esgrimiendo reglamentaciones confusas, amenazas y sanciones. Por supuesto, también entiendo que las ganas de reventar globos de colores encuentren sus motivaciones en cuestiones filosóficas y hasta personales.
A mí tampoco me gusta la cosa macrista. En mi opinión, es de corte derechista y autoritario. Las escuelas y los hospitales públicos están en estado paupérrimo (no vaya a ocurrir que los leprosos del otro lado vengan a sanarse e instruirse a costa de nuestros aportes) (aunque, puesto en esas palabras, podría contribuir a que el músico replantee su posición frente a los globitos, si se me permite otro paréntesis). Se creó una policía de cartón, involucrada en irregularidades varias: tareas de inteligencia y espionaje, designación de jefes de abultado prontuario y ocupación ilegal de espacio público (como el edificio del Precinto 12 y otros tanto que planean construir sobre los parques que están sobre el trazado de la ex AU3). La lista puede agrandarla cualquiera sin demasiada ayuda, y seguramente podría llenar varias páginas, pero no es mi intención explayarme sobre esto.
Ahora bien, si la cosa es tan mala ¿qué es lo que está sucediendo entonces? Si un encuestador nos pregunta si valoramos los antecedentes de gestión de los candidatos a la hora de votar, creo que la mayoría respondería afirmativamente. Ahí, casualmente, está el primer problema. El candidato suele ser un personaje, y la elección por uno o por otro pasa a ser, lisa y llanamente, una cuestión de piel. El candidato se arma de una imagen, un perfil, que le permite poner malas gestiones y malversaciones bajo el tapete, e incluir sórdidos e ignotos candidatos en sus listas. Ese perfil es el que el votante promedio elige en el cuarto oscuro.
¿Y cuál es el perfil Pro? Queda evidenciado, a las claras, que es el perfil al que adhiere la mitad de los porteños (mal nos pese, Fito, es así). Aquí no pesan tanto los globos de colores, sino el hecho de saber desmarcarse del gobierno nacional. No sé si Mauricio comprenda bien esto (que debe concentrar sus esfuerzos en demostrarle a su papá que solo viene bien), pero seguro que los muchachos del Barba lo saben a la perfección. Y lo peor de todo es que estos muchachos no han descubierto nada nuevo: están explotando la clásica rivalidad entre crudos y cocidos. Han pasado 149 años desde que los Unitarios se dividieron y parece que todavía el fantasma de Alsina anda acechando cuartos oscuros, entreverando boletas y urnas, cada vez que nos toca elegir intendente (y pensar que tu diario, don Bartolo, publicó: “aplastante triunfo de Macri en la ciudad”. Debés estar revolviéndote en tu tumba).
Esta afirmación puede parecer delirante, pero la historia más reciente, desde que elegimos intendente, la avala. Fíjense: en 1996 nos tocó elegir intendente por primera vez. Había pasado un año desde que la mitad del país había proclamado al Patilludo y los porteños nos quedamos con el Aburrido. Por supuesto, los analistas “serios” de la época deberán haberse llenado la boca y las tintas sobre la cantidad de votos anti fiesta peroncho que se concentraban en la Ciudad de Buenos Aires.
Pero la mayor histeria electoral jamás vista llegaría tres años después. Cuando el Aburrido fue elegido presidente, el electorado porteño le dio la espalda. Una reacción cruda, por así decirlo.
Un año después de esta locura, hizo acto de presencia Don Aníbal, quien por entonces era un pibe revoltoso que trabajaba de concejal. Don Aníbal, una vez elegido intendente, supo despegarse bien del Aburrido, empezando porque no era radical, y siguiendo porque durante su gestión fue muy diferente a la de su predecesor. Y le fue bastante bien: mientras el helicóptero despegaba de Balcarce 50 en medio de un terrible alboroto, él lo contemplaba tranquilo desde una ventana en Bolívar 1.
En 2003, y con los peronchos ocupando la Rosada nuevamente, Don Aníbal se postuló a la reelección. “Te salva Macri” cantaban algunos grafitos, aludiendo tácitamente a la prosapia liberal y fiestera; típica de la década del ’90, del que competía con él por el cargo. El electorado porteño, claramente crudo, se pronunció contra lo que creía fiel a las aspiraciones del gobierno nacional, y Don Aníbal salió airoso.
Hizo falta un golpe institucional para cambiar el rumbo. Una tragedia, un hecho tristísimo; seguido de una cruenta manipulación política que derivó en la destitución de un intendente cuyo mérito de contrastar con el gobierno nacional (y ganar votos porteños a causa de ello) se vio transfigurado en una total debilidad frente a los legisladores (que representan a los porteños, pero que tal vez tengan mejores cosas que hacer; como cultivar nuevas amistades y ganar notoriedad).
En la Rosada todo se convirtió en Nacional y Popular. Esto, según creo, salvó a Macri. ¿Qué mejor que presentarse como una figura liberal, fiestera, porteña y derecha para diferenciarse de la administración central? Mal no le está yendo: completó cuatro años de gestión horrible y todo parece indicar que va por más.
Los porteños somos así: votamos la contra, no importa con qué pie patee la pelota. El último domingo Mauricio sacó más votos que un barbudo que muestra un apego abierto al gobierno nacional, y muchos más que un viejo cascarrabias que no hace otra cosa que sentir asco por sus competidores (vaya a saber uno por qué motivos, esto último también es figurita repetida).
Si bien no es un gran orador, el domingo pasado escuché a Mauricio decir unas palabras interesantes: invitó reducir las crispaciones, dejar de contemplar el pasado y enamorarse del futuro. Si uno recurre a la historia reciente, la frase es de terror (de estado) y seguramente habrá que perdonarlo porque no sabe lo que dice ni lo que hace. Sin embargo, quiero re significar la frase y ponerla en el contexto de lo que acabo de exponer: que nadie, ni siquiera un artista rosarino devenido en vecino de la Ciudad de Buenos Aires, se caliente como un porteño cualquiera porque las cosas no salieron como esperábamos, eso ya es pasado. Que cerremos finalmente un capítulo de la historia y dejemos de ser crudos por primera vez en 149 años. Aprendamos a elegir a nuestros intendentes, independientemente del color del gobierno nacional. Si Mauricio se enamora del futuro pensando en sus aspiraciones políticas, debemos obrar con cautela. No nos enamoremos del futuro: más bien seamos uno con nuestro presente. Así, el futuro se va a enamorar de nosotros. 

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